Primer gran escándalo homosexual de Argentina

¿Lo sabías, por qué después dicen algunos que es «nuevo»?
En septiembre de 1942, SI, SI, en 1942 estalló el primer gran escándalo homosexual de Argentina. Además de «grandes» personalidades también cayó el Señor Roberto Noble, futuro fundador del diario Clarín, sí el mismo.
En Buenos Aires el controversial escándalo de los cadetes, también conocido como el Caso Ballvé, un caso penal a raíz del hallazgo de una serie de fotografías de desnudos masculinos tomadas por el menor Jorge Ballvé Piñero, que reveló la existencia de fiestas homosexuales en las que participaban cadetes del Colegio Militar de la Nación, personas de las clases altas, empresarios, políticos, jueces, sacerdotes, así como boxeadores, futbolistas, canillitas, policías y colectiveros, considerado un «hecho fundante y una bisagra que representa un antes y un después en la historia de la homofobia, que condensa los prejuicios y los saberes científicos, médicos y jurídicos sobre la homosexualidad y que legitima la represión».​ La prensa argentina publicó largas listas de personas famosas a quienes se atribuía participar en las fiestas. Uno de los mencionados fue Roberto Noble, futuro fundador del diario Clarín, quien publicó una declaración negando haber participado en las orgías.
La alta sociedad de las buenas costumbres descubre que la joda puede brotar donde menos se la espera. Arata y Woodwin eran apenas dos de los señoritos pitucos invitados a las fiestas con cadetes, que se armaban en departamento privados, de los cuales quedó para la posteridad el de Junín 1381, taller de fotografía del jovencito Ballvé Piñero. La madrugada del 22 de agosto irrumpe ahí la policía por orden de un juez. Y entonces la visibilidad pública de la que Pancho se ufanaba de huir, sobreviene sobre los gays de la elite como un castigo.

A diferencia de los que “no son nadie”, los gays que, a pesar de todo, “son alguien”, jamás deben haberse imaginado bajo la ira purificadora de sus parientes del Poder Judicial o del Ejército. Las veleidades de clase, que saben imponer sobre los policías callejeros como sobre las mucamas, no los salvaron esta vez. No eran portuarios, no eran cabecitas del Noroeste; eran las Fuerzas Armadas las que habían sido descubiertas cambiando la espada por las plumas, y hasta el Senado intervino para investigar, por supuesto que en comisión secreta.

En el expediente del juzgado, las locas enumeradas “extorsionan, chantajean, engañan, corrompen”, mientras que los cadetes, anónimos, “caen víctimas de maquinaciones y extorsiones”. En cambio, nada sabemos del expediente de la Justicia militar, porque es de acceso restringido. Saguier asegura que obra en el Colegio Militar de la Nación, y que sobreviven las fotografías de los cervatillos divertidísimos, semicubiertos con piezas mínimas del uniforme militar, reducido por fin a su función verdadera, que es la de fetiche.

La denuncia policial habla, inesperadamente, “del delito de corrupción de menores de ambos sexos”. Había mujeres. Al menos dos mujeres. Entre los nombres hay una tal “Celeste Imperio”, pero se lo consigna como alias de un imputado ruso; y no es época en que se respete una identidad femenina conquistada. Hay, no obstante, otros dos nombres, “Blanca Nieve Abratte, 19 años, empleada”, y “Luisa Moreno, 28 años, de profesión artista”. Las diferentes recreaciones del escándalo –Juan José Sebreli, Adrián Melo, Osvaldo Bazán– evocan el nombre de Abratte, una adolescente rubia que actuaba de señuelo para atraer a los cadetes a las fiestas. Uno la menciona como conocida modelo de la firma Palmolive, otro de la firma Atkinson. El poeta Fernando Noy la hace “una especie de Carolina Peleritti de la época, una chica que era Miss Glostora y termina presa”. El circuito oral se ramifica hasta hacer de la enigmática mujer, muchas mujeres.

¿Y quién es Luisa Moreno? La web nos lleva a una actriz de reparto, que trabajó sólo en tres películas entre 1941 y 1942, junto a estrellas como Zully Moreno y Niní Marshall. A partir de ahí el nombre se esfuma de las citas, como desaparecen de la sociedad los muertos morales.

De todas las versiones de la Gran Razzia de 1942, que en realidad parece que fueron no uno sino varios allanamientos en Barrio Norte, la más pródiga es la que propone Fernando Noy. La conoce de boca de un ex cadete ya muerto, Freddy, amigo de la borrachera y de oficio ni idea: “En Sodoma y Gomorra no se pregunta a qué te dedicás”. Pero sobre todo se entera gracias a Paco Jaumandreu, quien le aseguró haberse ido de la fiesta blanca antes de que comenzara la negra. Paquito le contó que, en las reuniones de Ballvé Piñero, se pavoneaban hasta antes de la medianoche unas diez o doce señoritas bien, que sin saberlo hacían de camuflaje, entremezcladas con sus diseñadores, como el mismo Paquito, y los cadetes invitados por la Abratte, que al principio se comportaban comme il faut.

Pero, ay, llegada la hora de Cenicienta, las niñas deben despedirse, dejando a los soldados de la patria en copas y calientes. “Yo lo llevaba a Miguel de Molina, que no soportaba a esas conchetas”, le contó Jaumandreu a Noy, e imaginen toda la bijouterie verbal del relato. Como dice el mito, y ellas lo confirman, las locas aprovechan el hervor de la pava (conocen al chongo más que el chongo mismo) y a partir de las doce llegan en autos de lujo, muchas vestidas de cabarute y envueltas en visón. Aquel consorcio de desviados contaba con industriales, abogados, estudiantes, artistas, aunque –policlasista al fin– parece que con un obrero, un florista y un colectivero. Frente a la incursión, los muchachos de uniforme toman jubilosos el camino del desvío. Si sus antecesores del Maldonado lo hacían con camaradas en calzoncillos, ¿por qué no ahora ellos con unas mujeres de ocasión, algunas tan paquetas? En última instancia se trata de una superación en estilo.

Pero el afán de convertirse en modelos porno pierde incluso a quienes están educados para salvar las apariencias. El fotógrafo Ballvé Piñero retrata a cadetes y maricas en posiciones excitantes, y clasifica obsesivamente las fotos según el nombre de los protagonistas. Forma así un archivo digno de la revista Honcho que, vaya destino, termina siendo la prueba del delito cuando la policía se pone a revisar los escritorios.

Ahora, ¿cómo llega el juez a abrir la caja de Pandora del locario porteño, esa institución secreta y vigorosa? Como primer dato, he aquí uno tan cierto como aburrido: unos señorones Dellepiane Rawson, Cullen y Bacigalupo presentan una denuncia ante Ocampo Alvear. Como en todo gran acontecimiento, sobre un hecho acreditado se abre un delta de versiones. Ha sido un cadete el buchón, eso seguro. Según unos, el chico se indignó ante el devenir de la reunión en orgía al estilo las SS de Röhm, y se fue porque no pudo pararla, entiéndase el doble sentido.

El escándalo desencadenó la persecución más violenta contra los homosexuales en la historia argentina hasta ese momento, con una serie de redadas policiales y difamaciones que lograron encarcelar a muchos, obligar a otros al exilio y provocar dos suicidios. Varios historiadores señalan que el escándalo se utilizó como pretexto para el golpe de Estado de 1943 , que puso fin a la llamada » Década Infame » y tenía como objetivo declarado la » limpieza moral». Bajo el nuevo régimen, la persecución de los homosexuales se intensificó, y una de sus primeras medidas fue la deportación del cantante español Miguel de Molina, un hecho que generó gran controversia en todo el país. La represión de la homosexualidad se agudizó con el ascenso del peronismo en 1946, si bien algunos autores sugieren que su relación fue más bien ambivalente.

El legado del escándalo se ha comparado con el del juicio de Oscar Wilde en el Reino Unido, el Baile de los Cuarenta y Uno en México y el caso Eulenburg en Alemania, y se considera un punto de inflexión en la historia de la homofobia en el país . Sin embargo, el escándalo de los cadetes y la consiguiente persecución han sido históricamente ignorados por los historiadores, y no fueron reivindicados por la cultura LGBT local como lo hizo la comunidad LGBT mexicana con el Baile de los Cuarenta y Uno. En 2019, el dramaturgo Gonzalo Demaría fue la primera persona en tener acceso a los archivos del caso —cuyo contenido había sido fuente de gran especulación para historiadores LGBT argentinos como Juan José Sebreli, Jorge Salessi y Osvaldo Bazán— y publicó su investigación en el primer libro dedicado al escándalo al año siguiente.

El Senado de la Nación creó una comisión especial para investigar el caso, a pedido de los senadores Gilberto Suárez Lago, Héctor González Iramain y el futuro candidato a presidente de la Unión Cívica Radical, José Tamborini.​ Ballvé Piñero fue condenado a doce años de prisión; Ernesto Brilla a nueve años; Romeo Spinetto y Jorge Olchansky fueron condenados a seis años de prisión; Adolfo Goodwin y Podestá Méndez fueron condenados a cinco años de prisión; fueron condenados también a cuatro años y fracción Andrés Lucantis, Miguel Ángel Brest Miranda, Blanca Abratte, Javier Calvo y Mario Villafaño.
En 1945 las «carrilches» (en lunfardo significa maricas) organizaban fiestas clandestinas en quintas del conurbano, lejos de la policía. De izquierda a derecha: Jorgelina, Chacha, Sonia la indomable, Malva Solís y sanjuanino. Casamiento de Jorgelina.